Aunque uno lo intente, no está hecho a prueba de errores. Aún no sé muy bien por qué (inspiro confianza, dicen), a veces la gente me cuenta cosas y espera de mí un consejo como si fuera algo así como el venerable y sabio anciano de la tribu.
Y un carajo. No hace falta buscar mucho para darse cuenta de que, si tuviera todas las respuestas, yo no estaría como estoy. Estaría en el 50x15, supongo. Pero no, no tengo ni mis propias respuestas y, por supuesto, es muy difícil pronunciarse en algún sentido u otro sobre un tema en concreto si, de paso, no se cuenta con toda la información. Bueno, más que ser muy difícil pronunciarse, lo complicado es hacerlo teniendo una mínima garantía de aciertos.
Luego, pasa lo que pasa. Aquí y allá hay lagunas de información o información equivocada (a esto mejor llamarle desinformación) y, como dice Murphy: «Si dados los datos incorrectos sigues una lógica perfecta, llegarás a una solución necesariamente falsa; por contra, si dados los datos incorrectos sigues una lógica equivocada, tienes una cierta probabilidad al azar de acertar.»
No se pueden hacer resúmenes breves y exactos de informaciones complejas. Con esto aparece el mismo problema que con la compresión de imágenes. Puedes comprimir hasta un cierto límite sin perder calidad pero, a partir de ahí, si quieres comprimir más tendrás que sacrificar información de la imagen. Y la representación que tengas puede llegar a ser muy distinta de la original, según la bondad del algoritmo de compresión.
Cada animal tiene un mundo, y es imposible resumir ese complejo mundo a alguien que no lo está viviendo. Últimamente estoy teniendo muchos fallos en mi sentido crustáceo (que es lo que me servía para rellenar esas carencias de información), o no lo he sabido interpretar correctamente. Y estoy fallando más que una escopeta de feria. Aviso, como siempre he avisado: mis consejos están para ignorarlos completamente y hacer lo que a uno le diga el corazón que haga.
También me está resultando muy difícil resumir mi propio mundo a otras personas. Me faltan las palabras... y eso me acojona. Más que fallar, más que la sensación de perder el control (un control aparente, por supuesto) sobre lo que te rodea. Aunque si me faltan las palabras, siempre puedo inventarme alguna nueva. Como estrógalo.
Muchos estrógalos para todos.
Y un carajo. No hace falta buscar mucho para darse cuenta de que, si tuviera todas las respuestas, yo no estaría como estoy. Estaría en el 50x15, supongo. Pero no, no tengo ni mis propias respuestas y, por supuesto, es muy difícil pronunciarse en algún sentido u otro sobre un tema en concreto si, de paso, no se cuenta con toda la información. Bueno, más que ser muy difícil pronunciarse, lo complicado es hacerlo teniendo una mínima garantía de aciertos.
Luego, pasa lo que pasa. Aquí y allá hay lagunas de información o información equivocada (a esto mejor llamarle desinformación) y, como dice Murphy: «Si dados los datos incorrectos sigues una lógica perfecta, llegarás a una solución necesariamente falsa; por contra, si dados los datos incorrectos sigues una lógica equivocada, tienes una cierta probabilidad al azar de acertar.»
No se pueden hacer resúmenes breves y exactos de informaciones complejas. Con esto aparece el mismo problema que con la compresión de imágenes. Puedes comprimir hasta un cierto límite sin perder calidad pero, a partir de ahí, si quieres comprimir más tendrás que sacrificar información de la imagen. Y la representación que tengas puede llegar a ser muy distinta de la original, según la bondad del algoritmo de compresión.
Cada animal tiene un mundo, y es imposible resumir ese complejo mundo a alguien que no lo está viviendo. Últimamente estoy teniendo muchos fallos en mi sentido crustáceo (que es lo que me servía para rellenar esas carencias de información), o no lo he sabido interpretar correctamente. Y estoy fallando más que una escopeta de feria. Aviso, como siempre he avisado: mis consejos están para ignorarlos completamente y hacer lo que a uno le diga el corazón que haga.
También me está resultando muy difícil resumir mi propio mundo a otras personas. Me faltan las palabras... y eso me acojona. Más que fallar, más que la sensación de perder el control (un control aparente, por supuesto) sobre lo que te rodea. Aunque si me faltan las palabras, siempre puedo inventarme alguna nueva. Como estrógalo.
Muchos estrógalos para todos.